“Si tienes algo de decencia, simplemente deja de hacerle esto a él y a mí, a todos incluso, punto final. Es tonto, es una pérdida de tiempo y energía, y créanme, no es lo que él querría.” Con estas palabras, Zelda Williams, hija de Robin Williams, expresaba en redes sociales su rechazo rotundo al uso de la IA generativa para recrear la imagen de su padre, quién falleció en 2014 a los 63 años.
La hija del legendario actor y cómico publicó el mensaje en su cuenta de instagram en octubre, dirigiéndose a los“fans” que usan la IA para crear y enviarle videos deepfake de su padre. El ruego de Zelda condensa en pocas líneas un nuevo dilema moral en la era digital: ¿Has que punto está la capacidad tecnológica de imitar a un famoso fallecido por encima de los sentimientos de su familia y el control sobre su legado?
Tecnología sin consentimiento
El problema va más allá del copyright. Es una cuestión de ética póstuma. Como Zelda señala con crudeza:“No estás haciendo arte, estás haciendo asquerosos hot dogs sobre-procesados con las vidas de seres humanos”. La IA, al clonar la voz y el gesto de un famoso fallecido, no solo explota su imagen sin consentimiento, sino que devalúa la esencia de su trabajo y mercantiliza su recuerdo. El humor y la genialidad de Robin Williams eran únicos, pero la IA los reduce a una mera plantilla para generar, en palabras de Zelda,“basura de TikTok”.
Este no es un incidente aislado. La capacidad de la IA para resucitar digitalmente a los muertos está creando un campo de batalla en el entretenimiento. Recientemente, se han visto videos generados por IA que muestran a Johnny Cash cantando temas que jamás interpretó.
El problema es tan agudo que incluso figuras vivas están luchando activamente. El caso más notorio es el de la actriz Scarlett Johansson, quien acusó a OpenAI de usar una voz“escalofriantemente similar” a la suya en su modelo de voz Sky, a pesar de que ella había rechazado una oferta de la compañía para grabar su voz. Esto subraya cómo la clonación de la voz se ha convertido en una amenaza directa a los derechos de las personas, vivas o fallecidas.
Ante la velocidad de la tecnología, a la legislación le cuesta seguir el ritmo. Las leyes deben evolucionar para abordar los rápidos avances tecnológicos, y las plataformas y empresas que generan contenidos con IA deben rendir cuentas por cómo usan las imágenes y voces de las personas, tanto famosas como anónimas. Se deben crear normas que protejan la privacidad y los derechos de cualquier individuo frente a la reproducción no autorizada de su imagen.
Protegiendo el legado del meme
En Estados Unidos, el sindicato de actores SAG-AFTRA—protagonistas de la huelga de Hollywood de 2023— ha incluido en sus acuerdos normas cruciales sobre las réplicas digitales, exigiendo consentimiento explícito y compensación para la creación y uso de deepfakes de sus miembros, incluyendo disposiciones para la gestión de estos derechos post-mortem.
En Europa, el foco se está poniendo en la transparencia y la defensa del honor. La Ley Europea de IA(AI Act) exige que todo contenido generado o modificado por IA, como los videos de famosos, esté claramente etiquetado para evitar el engaño, una obligación de transparencia que busca poner coto a la proliferación de contenidos falsos.
En España, la regulación de los deepfakes se apoya en una estrategia mixta que combina las leyes tradicionales de protección del honor y la propia imagen(Ley Orgánica 1/1982) con la nueva normativa europea. Además, la Agencia Española de Protección de Datos(AEPD) ya está usando el RGPD para sancionar la manipulación de la imagen(considerada un dato personal) sin consentimiento, estableciendo una vía legal directa contra quienes crean y difunden estas imitaciones.
La idea es sencilla: si un contenido está generado por IA, debe notificarse al usuario para proteger la autenticidad y el honor del individuo.
Zelda Williams concluye su mensaje con una crítica contundente al consumismo digital:
“Y por el amor de DIOS, dejen de llamarlo‘el futuro’, la IA es solo mal reciclaje y regurgitación del pasado para ser re-consumido”. La IA tiene un potencial inmenso, pero cuando se usa para invadir el dolor ajeno y trivializar el legado de un artista, se convierte en un acto cruel. La verdadera decencia digital empieza por entender que, sin consentimiento, un deepfake puede ser percibido como una profanación digital, no un homenaje.
