Teresa ya llevaba tiempo usando un teléfono de tapa; para saber algo de ella, era necesario llamarla. Ayub(21) comenzó a hacer lo mismo durante el verano, buscando desconectar. Javi(23), por su parte, configuró su móvil en blanco y negro(sí, eso es posible desde los ajustes) y muchas otras amigas establecieron contraseñas para entrar en redes sociales. Las cosas estaban cambiando.
Pero para mí, todo empezó cuando una compañera me preguntó por qué andaba tan rápido. Al ponerme a su ritmo, sentí como si estuviera caminando en slow motion. Así, mientras yo aprendía a andar más despacio, mis amigos empezaban a adquirir consciencia sobre su consumo digital. Cuando bajé el ritmo, me di cuenta de que yo también tenía que dar ese cambio.
José Briones, uno de los grandes promotores del minimalismo digital.
Scroll: el olvido infinito
Hasta entonces, no me consideraba una zombie del teléfono. Todo, como dicen en las películas, sucedió muy rápido. Después del trabajo, antes de dormir, al despertarme… Horas de scrolling time de las que luego no recordaba nada.
El Observatorio de la Generación Z a través del smartphone revela que los jóvenes de entre 18 y 24 años dedican a su móvil entre cinco y seis horas al día. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud(OMS), recomienda que el uso de los móviles no supere las dos horas diarias. Este dato es alarmante, pero no tan sorprendente. Yo misma, sin darme cuenta, estaba atrapada en un ciclo de uso interminable.
Empecé a olvidarlo todo. Cualquier tarea que exigiera atención me abrumaba. Las redes sociales empezaron a agobiarme, decenas de influencers me vendían productos para hacerme ver como ellas, tener su vida. En todas las esquinas de cada aplicación: contenido patrocinado, publicidad, tiendas, productos perfectamente adaptados a mi. Esto unido a un algoritmo que me ofrecía una sarta de contenido pesado, repetitivo, lleno de preguntas retóricas para dar comienzo a reels. Empecé a hacer scroll a la velocidad del rayo.
¿Es posible reducir el consumo digital sin“perderte todo”?
Lo peor está en pensar que no puedes dejar de usar el teléfono, que lo necesitas para desenvolverte en un mundo digital, un mundo empapelado con QRs. Yo, al menos, lo pensaba.
La solución apareció ante mí hace unos meses, en la mano de mi amiga Maca(25). Me mostró su móvil nuevo: era muy pequeño, grueso como una televisión antigua, táctil, y con una cuerdecita para colgar de la muñeca. Maca, que trabaja con redes sociales, me contó que usaba este móvil para funciones básicas y dejaba el suyo"normal" en casa, donde consultaba redes sociales una vez al día.
Se llama Unihertz Jellystar, es un Android considerado el teléfono más pequeño del mundo. Dispone de muy poco espacio, pero te permite tener todas las funciones básicas: llamadas, Google Maps y WhatsApp.
Lo compré con la misma idea que Maca: conservar mi teléfono“normal” para aplicaciones de redes sociales, idiomas o archivos, y utilizar el nuevo para el día a día.
¿Ha funcionado?
En mi nuevo“dispositivo de bolsillo”, solo tengo WhatsApp, Tidal(miapp de música), y Google Maps. Mi otro móvil, el“normal”, el de la adicción, está ahora mismo apagado encima de un armario. Ojo, sí lo utilizo. Me meto en redes sociales de vez en cuando, realizo mis gestiones burocráticas, reviso la muerte del búho de Duolingo…
Esta forma de utilizar la tecnología me hace sentir mejor. Cuando empecé a usar el pequeño teléfono el tiempo se dilató. Hacer scroll había transformado el tiempo que pasaba sola; tiempo ocupado por el llamado“contenido”.
Todavía estoy encajando mi“adicción”, no soy ninguna gurú de la desconexión digital. Ni siquiera esta desconexión es perfecta: muchas veces siento la necesidad de apagar el cerebro y hacer scroll, muchas veces lo hago. Estoy tratando de atrapar mi atención: aprender en profundidad, leer(que no escanear), escribir en papel aunque mi letra sea fea.
Pero, sobre todo, estoy aprendiendo a andar despacio.