Los desastres naturales están costando al mundo mucho más de lo que se creía. Según un reciente informe de Naciones Unidas, las pérdidas económicas reales provocadas por catástrofes naturales alcanzan los 2,3 billones de dólares, lo que supone una cifra diez veces mayor que las estimaciones tradicionales de costes directos. Este desfase se debe a los efectos multiplicadores de estos fenómenos y a los daños colaterales a largo plazo sobre los ecosistemas y las economías.

El estudio, dado a conocer por la ONU, advierte que estos costos seguirán aumentando con la intensificación de la crisis climática y destaca que los países en desarrollo soportarán la peor parte del impacto. Esto se debe en gran medida a la deuda que estos países deben asumir para financiar los gastos de respuesta y rehabilitación posteriores a cada desastre.

El peso desigual del desastre

Uno de los datos más reveladores del informe es el impacto desproporcionado en economías pequeñas y vulnerables. En 2023, por ejemplo, Micronesia sufrió pérdidas por valor de 4.300 millones de dólares, lo que representó un 46,1 % de su PIB, mientras que Norteamérica, con pérdidas de 69.570 millones, apenas comprometió el 0,23 % de su producto interior bruto.

Este contraste pone en evidencia la desigualdad estructural y la urgencia de diseñar estrategias de inversión y prevención que consideren la vulnerabilidad relativa de cada país y no solo las cifras absolutas.

Un modelo de inversión desequilibrado

El informe denuncia además que la inversión internacional sigue centrada en la respuesta a emergencias, y no en la prevención. Entre 2005 y 2017, el 96 % de los 137.000 millones de dólares asignados a asistencia para el desarrollo relacionada con desastres se destinó a socorro, reconstrucción y rehabilitación. Solo el 4 %, es decir, 5.200 millones de dólares, fue invertido en prevención y preparación.

Esta tendencia, señalan los expertos, no solo es insostenible, sino que agrava el impacto económico a largo plazo, especialmente cuando se intensifican fenómenos extremos como huracanes, incendios, sequías e inundaciones.

Riesgos crecientes y amenazas globales

El informe ofrece ejemplos preocupantes, como el rápido derretimiento del glaciar Thwaites en la Antártida, que podría provocar una subida del nivel del mar superior a medio metro. Este fenómeno, de producirse, amenazaría infraestructuras costeras con un valor superior a los 1,8 billones de dólares. Además, pondría en grave peligro a islas como Kiribati o las Islas Marshall, así como a grandes ciudades costeras como Nueva York o Yakarta.

Otro impacto menos visible pero igualmente alarmante es el que afecta al sector asegurador. El aumento en la frecuencia e intensidad de los desastres naturales está provocando el encarecimiento de las primas de seguros, la reducción de las coberturas y, en algunos casos, la retirada de las aseguradoras de regiones de alto riesgo. Un caso concreto se está dando en Australia, donde más de medio millón de viviendaspodrían quedar sin seguro en 2030 debido al riesgo creciente de inundaciones.

Camino a Ginebra: estrategias de futuro

Las conclusiones de este informe servirán de base para los debates de la próxima Plataforma Global para la Reducción del Riesgo de Desastres, que se celebrará en junio en Ginebra. En esta cita se espera definir nuevas estrategias de inversión sostenible y eficaz, con el foco puesto en la prevención, la planificación territorial y la transición hacia modelos energéticos resilientes.

La ONU insiste en que las decisiones que se tomen hoy, especialmente en cuanto a desarrollo urbano, uso del suelo e infraestructuras, determinarán la vulnerabilidad del planeta ante los desastres del mañana.