El consumo elevado de alimentos ultraprocesados, caracterizados por su bajo valor nutricional y alta carga de aditivos, podría estar directamente relacionado con un aumento del riesgo de cáncer de pulmón. Esta es la conclusión de un estudio observacional de gran escala liderado por el Hospital Oncológico de Chongqing (China), que ha analizado los hábitos alimentarios de más de 100.000 personas dentro de los ensayos PLCO de EE. UU., uno de los mayores programas de cribado oncológico a nivel internacional.
Los datos analizados provienen de 101.732 participantes (50.187 hombres y 51.545 mujeres, con una edad media de 62 años) incluidos en los ensayos entre 1993 y 2001, y que fueron seguidos durante una media de 12 años. A todos ellos se les pidió completar un cuestionario detallado de frecuencia alimentaria al inicio del estudio. En base a sus respuestas, los investigadores clasificaron los alimentos en función de su grado de procesamiento: sin procesar o mínimamente procesados, con ingredientes procesados, procesados y ultraprocesados.
Los ultraprocesados incluyen productos como embutidos, fiambres, cereales industriales, sopas preparadas, bollería, refrescos, helados, comidas listas para consumir, fideos instantáneos, salsas comerciales, hamburguesas o pizzas precocinadas. Según el análisis, el consumo medio fue de casi tres raciones al día, con grandes variaciones entre los participantes. Los alimentos más consumidos dentro de esta categoría fueron fiambres (11 %), refrescos dietéticos o con cafeína (7,2 %) y refrescos descafeinados (6,9 %).
Durante el seguimiento se registraron 1.706 nuevos diagnósticos de cáncer de pulmón, de los cuales el 86 % correspondía a tumores no microcíticos (CPCNP), el tipo más común, y el 14 % a cáncer microcítico (CPCP), de evolución más agresiva. El número de casos fue claramente superior entre quienes se encontraban en el cuartil más alto de consumo de ultraprocesados. En concreto, presentaban un 41 % más de probabilidad de ser diagnosticados con cáncer de pulmón en comparación con el grupo con menor consumo. Desglosando por tipos, el riesgo aumentaba un 37 % para el cáncer no microcítico y un 44 % para el microcítico.
Los investigadores ajustaron el análisis para tener en cuenta factores clave como el tabaquismo, la edad, el sexo, el índice de masa corporal o la calidad general de la dieta. No obstante, insisten en que, por tratarse de un estudio observacional, no se puede establecer una relación causal definitiva. También advierten de algunas limitaciones metodológicas, como la recogida puntual de los datos dietéticos (sin seguimiento posterior) o la imposibilidad de medir con precisión la intensidad del consumo de tabaco en todos los participantes.
Pese a ello, los autores destacan la posible implicación de varios mecanismos biológicos. “El procesamiento industrial altera la estructura natural de los alimentos, lo que modifica la absorción de nutrientes y puede generar compuestos potencialmente tóxicos”, explican en el artículo. Entre ellos, señalan sustancias como la acroleína, presente tanto en alimentos muy cocinados como en el humo del tabaco, y que podría tener un efecto acumulativo. También apuntan que los materiales de envasado podrían influir en la exposición a ciertos contaminantes.
Además del efecto directo, los ultraprocesados tienden a desplazar a los alimentos protectores frente al cáncer, como frutas, verduras y cereales integrales. El creciente consumo de estos productos, constante en todo el mundo en las últimas décadas y ajeno al nivel económico o de desarrollo de los países, ha sido identificado como un factor de riesgo para enfermedades como la obesidad, los trastornos metabólicos, las patologías cardiovasculares y diferentes tipos de cáncer.
“Si estos hallazgos se confirman mediante estudios adicionales en otras poblaciones, limitar la ingesta de ultraprocesados podría convertirse en una herramienta clave para reducir la carga del cáncer de pulmón a escala global”, concluyen los autores. La investigación refuerza el llamamiento de numerosos expertos en salud pública a revisar las políticas alimentarias y promover dietas basadas en alimentos frescos y mínimamente procesados.