Los nuevos focos de combustión fueron detectados el pasado 23 de noviembre por los naturalistas Concepción Sepúlveda Bueno y David García. Por el momento, los incendios se localizan en las inmediaciones de la finca de La Peñuela, aguas abajo del puente del Molino del Nuevo, dentro del término municipal de Daimiel y fuera del perímetro protegido del parque nacional, aunque muy cerca de su entorno ecológico.
Un fuego invisible bajo tierra
A diferencia de los incendios forestales convencionales, los incendios de turba no presentan llamas visibles. Se manifiestan a través de fumarolas, grietas en el terreno y un intenso olor a combustión, inconfundible para quienes conocieron el Guadiana tras dejar de ser un río permanente.
Según explica Concepción Sepúlveda, lo que está ardiendo actualmente corresponde a depósitos de turba que no llegaron a consumirse durante los largos episodios de incendios subterráneos registrados desde la década de los años noventa. Se trata de fuegos latentes que pueden reactivarse incluso décadas después.
Los expertos barajan dos posibles desencadenantes de este nuevo episodio. Por un lado, la autocombustión natural de la turba, favorecida por la sequedad extrema del terreno. Por otro, la posibilidad de que un incendio superficial ocurrido en la ribera del río hace unos meses haya actuado como detonante, reactivando la combustión subterránea.
La turba se forma durante miles de años por la acumulación lenta de materia vegetal palustre. En el caso del Guadiana, esta materia procede principalmente de la masiega. Mientras el río mantenía un régimen hídrico estable, estas acumulaciones permanecían sumergidas en condiciones anaeróbicas, lo que impedía su descomposición.
El problema comenzó cuando el río se secó de forma prolongada. Sin agua, la materia vegetal empezó a transformarse por la acción de bacterias y hongos, generando grandes depósitos de turba y gases inflamables como el metano. Con el paso del tiempo, el terreno se agrieta, el oxígeno penetra en los estratos profundos y se produce la ignición espontánea.
Incendios persistentes y difíciles de extinguir
Este tipo de incendios, conocidos como combustión latente, pueden desarrollarse a grandes profundidades y alcanzar temperaturas de hasta 400 grados centígrados. Son mucho más persistentes que los incendios superficiales y extremadamente difíciles de apagar, ya que su extinción solo es posible mediante la inundación completa de la zona afectada.
Un episodio especialmente grave se produjo en 2009, cuando un incendio de turba llegó a afectar al interior del Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel. Entonces, el fuego alcanzó tal profundidad que fue imposible controlarlo con medios convencionales. Aunque estos incendios no son exclusivos de Daimiel y se han registrado en distintas partes del mundo, en todos los casos comparten un patrón común; la combinación de turba acumulada durante miles de años y una alteración humana del régimen hídrico, ya sea por desecación, sobreexplotación de acuíferos o cambios en el uso del suelo.
Una amenaza para un ecosistema único
La pérdida del régimen fluvial no solo afecta al propio río, sino también a un ecosistema de altísimo valor ambiental como Las Tablas de Daimiel, uno de los humedales más importantes de Europa. La degradación del Guadiana compromete la biodiversidad, la estabilidad del suelo y la seguridad de las personas.
En este sentido, Sepúlveda advierte del peligro de transitar por la ribera del río en la cuenca alta, debido al riesgo de hundimientos y colapsos del terreno, además de la presencia de incendios latentes bajo la superficie.

