En España, la normativa obliga al confinamiento de las aves criadas al aire libre para prevenir la propagación de la gripe aviar. Aun así, en la producción ecológica se mantiene una libertad controlada; los pollos cuentan con recintos protegidos y espacios amplios que respetan su comportamiento natural y reducen el estrés.
La alimentación es una de las grandes diferencias. Los pollos ecológicos se nutren exclusivamente de piensos naturales, elaborados con trigo, cebada, soja, pipas y otros ingredientes libres de químicos y pesticidas. Esta dieta influye incluso en el color de la carne, el conocido tono amarillo del pollo procede del maíz, no de aditivos artificiales.
En cuanto a la salud animal, el uso de medicamentos está estrictamente regulado. Los pollos ecológicos no reciben medicación preventiva y solo se emplean antibióticos en casos puntuales y en dosis que no afectan al consumo final. Gracias a una crianza más lenta y natural, desarrollan anticuerpos propios y rara vez enferman.
El proceso también marca la diferencia. En 'Ecosancho' se controla toda la cadena, desde la cría hasta el matadero y la venta, garantizando trazabilidad y calidad. Mientras un pollo convencional vive alrededor de 45 días, los ecológicos alcanzan entre 80 y 90 días de vida, y por ley cada animal dispone de al menos 4 metros cuadrados.
Para los consumidores, la clave para identificar un pollo realmente ecológico es clara, la etiqueta. Solo el etiquetado oficial certifica que el animal ha sido criado conforme a los estándares ecológicos. Un modelo que demuestra que producir carne de forma responsable no solo es posible, sino necesaria para avanzar hacia un sistema alimentario más consciente y sostenible.
