Los autores, de casi una decena de centros de investigación de diferentes países, constatan una paradoja: el riesgo asociado a los incendios ha crecido en las dos últimas décadas a pesar de que la actividad del fuego no lo ha hecho.

El factor clave se debe al crecimiento urbano en áreas cercanas a bosques o vegetación natural, zonas más propensas al fuego. Esta coincidencia espacial entre incendios y asentamientos humanos se manifiesta en todos los continentes, aunque con magnitudes y factores explicativos distintos: en algunas regiones el crecimiento poblacional ha sido determinante, mientras que en otras han predominado factores climáticos.

Por continentes, África registra el mayor aumento de población expuesta a los incendios en lo que va de siglo, con un crecimiento del 85%. En cambio, en Norteamérica, Europa y Oceanía los incendios han sido más dañinos en términos sociales, económicos y ambientales, aunque el incremento poblacional no haya sido tan marcado.

Un millón y medio de víctimas

En las tres últimas décadas, desde 1990 a 2021, los fuegos han causado, de forma directa, al menos 2.500 muertes y 10.500 heridos. Aun así, señalan que hay 1,53 millones de muertes en todo el mundo en ese periodo que pueden atribuirse a la contaminación atmosférica derivada de los incendios forestales, según el análisis de 18,6 millones de registros del Atlas Mundial de Incendios. Los investigadores recomiendan mejorar la resistencia al fuego de las edificaciones e implementar una mejor gestión del paisaje forestal y vegetal frente a los incendios.

Recomendaciones y críticas

Los autores han usado una serie temporal amplia, aunque condicionada por la disponibilidad de observaciones satelitales, y realizado un análisis con perspectiva global, pero reconocen limitaciones como que solo contabilizan como expuesta al fuego la población dentro del perímetro de incendio, a pesar de que los impactos pueden extenderse a personas que viven más allá, por ejemplo, por el humo.

Para Cristina Montiel, directora del Grupo de Investigación de Geografía, Política y Socioeconomía Forestal de la Universidad Complutense de Madrid, "el artículo presenta varias deficiencias graves". "Desde el punto de vista conceptual, identificar la exposición humana con las interfaces urbano-forestales es reduccionista e incierto. Y, por otra parte, los autores dan el mismo tratamiento a estas interfaces en todos los continentes, a pesar de que cada territorio es diferente", incide Montiel en una reacción recogida por Science Media Centre (SMC).