Así lo indica un equipo liderado por la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que ha investigado sobre los descartes de frutas y hortalizas durante los últimos siete años en España, y ha calculado su impacto ambiental a través de las huellas hídrica y de carbono asociadas.
¿Qué averiguan los resultados?
Los resultados, publicados en la revista 'Water', precisan que durante este periodo se desecharon más de 480.000 toneladas de excedentes, equivalente a un consumo de casi 36.000 millones de litros, esto es, tanto como para llenar 14.400 piscinas olímpicas. La emisión equivalente de CO2 fue de casi 37.000 toneladas.
España es uno de los países europeos más vulnerables al estrés hídrico, pues más del 60% de su territorio lo comprenden zonas áridas. A pesar de ello, ha desarrollado una vocación agrícola enfocada en el aprovechamiento intensivo de los recursos hídricos.
Más allá de la magnitud de las cifras, los resultados revelan un problema estructural, según una investigación. El modelo agroalimentario dominante, orientado a la rentabilidad inmediata y a la competencia en precios, tiende a ignorar los costes sociales y ambientales de la producción. Esto se traduce en la sobreexplotación de los recursos hídricos, la degradación de los suelos, la precariedad laboral y la pérdida de valor de la producción agrícola en origen.
La investigación refleja la necesidad urgente de replantear las prácticas agrícolas actuales y avanzar hacia un modelo más sostenible, capaz de equilibrar la rentabilidad con la eficiencia en el uso de los recursos naturales. "La gestión del agua, la reducción del desperdicio alimentario y la valorización justa del trabajo agrícola deben situarse en el centro de las políticas agrarias para garantizar el futuro de un sector esencial en un país cada vez más expuesto a la escasez de agua", manifiesta Martínez Valderrama.
Ineficiencias
Embalses, trasvases, explotación de acuíferos y plantas desaladoras han permitido sostener una producción que alimenta, tanto al mercado interior, como a un importante sector exportador de frutas y hortalizas. "Pero, este modelo de éxito productivo oculta profundas ineficiencias", manifiesta Jaime Martínez Valderrama, investigador de la EEZA-CSIC.
El desequilibrio creciente entre la demanda y la disponibilidad de agua, causado por el cambio climático, coloca a España entre los países con mayor estrés hídrico del mundo.
En este contexto, el desperdicio de alimentos adquiere una dimensión especialmente crítica: cada fruta o hortaliza que se descarta representa también agua, energía y emisiones desperdiciadas.

